Comentario al Evangelio12.01.2014

09/01/2014 Más

Hay una historieta muy linda. Ignoro donde la leí, pero que se me quedó grabada por lo significativa. En unas Navidades, una niña quiso regalar algo a su padre. Pero, como era muy pobre, no tenía nada que regalarle. En la Nochebuena, la niña puso junto al arbolito de Navidad, una cajita bien presentada con papel regalo diciendo: “Para mi papi”. Cuando el papá abrió la caja vio que estaba vacía. Enfadado, creyendo que le habían tomado el pelo, llamó a la niña y le dijo de mal humor: “esto no se hace, me has querido engañar como si fuese el día de Inocentes”. La niña se echó a llorar. El padre reaccionó y trató de consolarla.

La niña le dijo: “Pero, papi, si la caja está llena de besos, era lo único que tenía para regalarte”. El pobre hombre se quedó pálido por la dulce inocencia de la hija y trató de disimular el asunto diciendo: “Ah, es verdad, está llena de besos, ahora los veo”. Desde entonces, el padre conservó aquella caja-regalo y cada vez que se sentía mal, la abría y pensaba en los besos de su hija.

Hay realidades que no se ven. Pero que siguen siendo realidades. ¿A caso todos nosotros no somos una espe-cie de caja-regalo? Dentro llevamos algo que los ojos no ven. Pero que es una realidad tan real como la que nuestros ojos logran ver. Llevamos todos una “interioridad”. Nos creemos vacíos, pero, por nuestro Bautismo, por dentro estamos llenos, no sé si de los besos de Dios, creo que sí, porque estamos llenos de su Espíritu.

Lo que sucede es que estamos tan acostumbrados a lo material, que lo espiritual, la gracia, el amor de Dios que nos hizo hijos suyos, casi nos pasa desapercibido. Como que no nos enteramos de lo que acontece dentro de nosotros. Nos sentimos como una caja de regalo vacía, pero que en realidad está llena de los besos y sueños divinos. Besos que, con frecuencia, solo quien nos los ha regalado los puede ver.

Además vivimos con tal rapidez y velocidad que pasamos por la vida, sin tiempo para mirarnos por dentro y po-der contemplar el misterio que llevamos. Por eso mismo, nos olvidamos de que llevamos un apellido que supera al apellido de nuestros padres. Ese apellido, regalo de nuestro Padre Dios, se llama “hijo/a de Dios”.

¿Alguna vez has pensado y has creído que realmente llevas inscrito dentro, como grabada en el CD de tu cora-zón, una música y una voz que también a ti te sigue repitiendo: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.

(Juan Jáuregui))

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